Una odontóloga y madre de dos niños se transforma en una mujer de armas tomar cuando pisa el ring. Como ella, cada vez más peruanas están comenzando a practicar el arte marcial milenario del muay thai.
Mónica Torres es una odontóloga de 31 años que puede sacarte una muela de dos formas: usando fórceps y anestesia, o con una de las patadas circulares de muay thai. La hiperactividad fue lo que la llevó a probar hace tres años este arte marcial tailandés que es considerado un deporte extremo.

Por aquel entonces, la peleadora rusa nacionalizada peruana Valentina ‘la Bala’ Shevchenko ganaba por tercera vez el campeonato mundial de muay thai a nivel profesional. En cambio, para Mónica sus entrenamientos con el maestro Juan Rubín eran un juego para quemar energía y descargar adrenalina.

“Faltaba a entrenamientos cuando se me antojaba hacer cualquier otra cosa. Y empecé a faltar tan seguido que a los diez meses dejé de ir por un año”, recordaba el miércoles en la noche sentada sobre un saco de arena rojo que estaba en el suelo del gimnasio de la asociación de artes marciales Black Dragons, en San Miguel.

Luego de atender sonrisas todo el día en su consultorio, era hora de ponerse los guantes y entrenar por última vez antes de su primera pelea oficial, que sería al día siguiente. Mónica no es alta y tampoco corpulenta; solo pesa 49,9 kilos y su contrincante, Valeria Mejía, 52. Pero eso no la ponía nerviosa pues está acostumbrada a entrenar con hombres.

“Al principio algunos chicos la veían y se reían. Pateaban suave y, luego de que les pedía que no la acariciaran, ella respondía con un par de golpes que los hacían retroceder”, contaba el maestro Rubín mientras se ponía dos escudos de espuma ovalados en las manos para comenzar a entrenar puños.

Pero las cosas vienen cambiando. Esa noche Mónica no estaba sola con Rubín: otras seis chicas habían llegado –varias de ellas maquilladas y con aretes– a las 8 en punto para tomar su clase. Y no son las únicas. En total, 25 mujeres y niñas de entre 7 y 56 años están aprendiendo en este gimnasio la espiritualidad, técnicas a mano abierta, luxaciones, lanzamientos y derribos del boxeo tailandés.

Varias de las 50 escuelas de muay thai que hay en Lima tienen una situación similar. En la Escuela de Barran-ko hay unas 25 chicas entrenando y en la Escuela F-14 hay una mujer por cada dos hombres entrenando. La mayoría llega para bajar de peso y ponerse en forma. El muay thai es un deporte muy completo debido a que al atacar con piernas, manos, codos, rodillas, pies y canillas se trabajan todos los músculos, la fuerza, la resistencia y la elasticidad. Muchas simplemente van a imaginarse la cara de su jefe en el saco de arena para así liberar estrés. Otras se aburrieron de no poder defenderse cuando en la calle alguien intentaba robarles o ponerles la mano encima.

Para Rodrigo Jorquera, director técnico de la selección peruana de muay thai, las mujeres que practican el deporte están dando a conocer dentro de sus círculos sociales los beneficios y “ayudan a romper el mito de que este sea solo un deporte para hombres o que las vuelve violentas”.

Mónica ha obtenido eso, y más con la práctica del muay thai. “Antes era impaciente e inconstante. Ahora soy mucho más calmada y perseverante. Eso lo veo no solo cuando intento mejorar un movimiento, sino al enfrentar los retos de mi vida cotidiana. Incluso en el trato con mis hijos”, decía Mónica mientras empacaba sus cosas luego de que la clase terminó.

La cita era el jueves a las 10 de la noche, pero no fue sino hasta la madrugada del viernes que Mónica y Valeria estuvieron frente a frente dentro de la jaula en el coliseo de gallos El Rosedal, en Surco.

Rubín jamás le habló de competir a la odontóloga, fue idea de ella. “Nunca me ha gustado ser el centro de atención. Pero quiero poner a prueba lo que he aprendido y esto es para romper el hielo de mi propia timidez”, explicó Mónica mientras calentaba en los camerinos.

Llevaba meses esperando para esos 3 rounds de 3 minutos, por uno de descanso, pues la pelea ya había sido cancelada una vez por Valeria para ir a medirse ante otra contrincante fuera del Perú.

Rubín se encargó de mantenerla calmada. La hizo meditar antes de salir al ring y le puso la tika o bindi (un pequeño punto rojo en la frente que representa el tercer ojo: fuente de la concentración, intuición, conocimiento y fuerza).

La multitud atestada al rededor de la jaula con rejas de alambre rugía los nombres de una y otra luchadora. En la primera fila, la campeona del boxeo femenino Kina Malpartida saludó a Valeria cuando esta entró al ring cuyo suelo blanco tenía manchas de sangre de algunos de los contendientes de los combates anteriores.

Mónica tenía a sus compañeros de Black Dragons para hacerle barra. Su madre e hijos estaban en casa durmiendo. A ella jamás le ha gustado que practique este deporte y a ellos realmente les da igual.

La odontóloga transformada en guerrera con un short que parecía una falda romana realizó el wai kru, el ritual previo al combate. Haciendo una venia mirando hacia los puntos cardinales ahuyentó a los malos espíritus y entró en contacto con los maestros de la antigüedad para tener un buen desempeño y salir con vida del cuadrilátero.

Luego de chocar guantes y a la señal del árbitro, Valeria se abalanzó sobre Mónica y lanzó un par de puños a los que esta respondió cubriéndose y lanzando una patada. Un hombre con camisa a rayas, desparramado en una de las bancas, decía de cuando en cuando cosas como “qué pelea de barbies” y “ni suenan los golpes”.

En medio del intercambio de rodillazos y puños, la odontóloga resbaló. Sin darle tiempo de nada a Valeria, Mónica se levantó sonriendo y continuó peleando. Un minuto después, el hombre de la camisa a rayas quedó en silencio –aunque no por mucho tiempo– cuando esta le colocó perfectamente a su contrincante una patada en la cadera que resonó por todo El Rosedal.

Pero pronto la pelea que Mónica había esperado terminar con un knockout llegó a su último round. Para entonces, en cada descanso Rubín le había dicho que esperara a que Valeria atacara para responder con todas las técnicas que sabía que ella dominaba.

Aunque lo intentó, no pudo. Valeria de inmediato se le abalanzaba y la abrazaba en vez de entrar con los puños como le indicaba su maestra. Cuando la campana del ring dio por concluido el enfrentamiento, los jueces –profesores de escuelas a las que pertenecían varios luchadores de la noche– determinaron que el resultado era un empate.

En las gradas, la campeona mundial Valentina Shevchenko dio su dictamen: “Faltó técnica. Pero, en un país que se posicionó el año pasado como potencia suramericana de muay thai con una selección de 7 hombres y solo 3 mujeres, es bueno este síntoma de que cada día nuevos talentos femeninos empiecen a competir”.

Mientras se quitaba los guantes, Mónica aseguró estar frustrada: “No me dejó pelear ni probar todo lo que sé, porque no peleó”. Sin embargo, esta fue solo su primera pelea y dice que lo único bueno para sus futuras contrincantes es que no tendrán que ir muy lejos para encontrar quién les arregle los dientes luego de que ella les tumbe unos cuantos.

Fuente: http://archivo.larepublica.pe/24-02-2013/la-rompemuelas

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *